Es sabido que los obituarios o avisos fúnebres pueden leerse en clave periodística: allí se celebra y se realzan las cualidades construidas para la persona/personalidad que mereció su párrafo. Quiénes firman el despido a sus muertos y qué hazañas les endilgan, además del reconocimiento público (publicado), son claves de lectura de este género. El obituario así entendido es una ventanita por donde asomarse a ver cómo lloramos nuestras muertes, cuáles importan, quiénes no merecen aparecer.
Por eso, hablar de quiénes tuvieron una “vida que mereció ser vivida” permite arrojar algunas ideas sobre las muertes de la violencia femicida, y también pensarlas en relación a la consigna Ni una menos. Esto es porque en este movimiento se puede ver cómo se resignificó el duelo de las muertes de mujeres y mujeres trans: allí donde no había cuerpos dignos de ser llorados, allí donde el femicidio pasaba sin dejar marcas, como una muerte más, naturalizada y luego olvidada, se articuló en cambio un espacio de duelo común y compartido.
“Las únicas vidas perdidas que nos afectan son aquellas pérdidas reconocibles”, como apunta Judith Butler. La autora propone hablar del cuerpo en relación a su precariedad: “esa condición políticamente inducida, en la que ciertas poblaciones adolecen de redes de apoyo sociales y económicas, y están diferencialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte".
Estos conceptos nos ayudarían a pensar: ¿por qué podemos sentir horror frente a ciertas pérdidas, e indiferencia, o incluso superioridad moral, frente a otras? Pareciera que la condición de humanidad no es suficiente, o bien es inaccesible para algunos sujet*s. A tres años de levantar la bandera Ni una menos, y según datos del Observatorio de Violencia contra las Mujeres de Mumalá, desde ese 3 de Junio de 2015 hasta el 29 de Mayo de 2018, se registraron en Argentina 871 femicidios, dentro de los cuales 109 son vinculados de hombres/niños y mujeres/niñas. También se registraron 24 travesticidios. En lo que va del 2018, Córdoba registra 8 femicidios, de los cuales 6 corresponden al interior provincial.
Úselo y tirelo
Chiara Paez apareció enterrada en el patio de la casa de los abuelos de su novio Manuel Vallejos, de 16 años, en Rufino, en el sur de Santa Fe. Fue en junio de 2015. El adolescente asumió la culpabilidad del crimen, aunque en tres oportunidades se comprobó que mintió cuando relató cómo mató a la chica. Por eso sus dos abuelos, su padrastro y su madre también fueron imputados, aunque están en libertad.
Según la autopsia, la joven estaba embarazada y tenía restos de Misoprostol en su cuerpo. Horas después, el horror colectivo disparó manifestaciones en las redes sociales. Un grupo de periodistas tomó la posta: “hacer algo” significó esta vez movimiento, expresión de deseo, necesidad de poner el cuerpo. Y desde el cuerpo fue que se escribió el obituario de Chiara. Impulsaron el Ni una menos a las calles. El resto de la historia aún está en desarrollo.
Nos movemos en unos marcos de lectura que determinan nuestra relación con la vida de los demás, y que limitan las posibilidades de reconocimiento: cómo nos vestimos, dónde vivimos, cómo pensamos y qué marcas llevamos en el cuerpo, roto o entero. Quebrar estos marcos significa repensar la precariedad, la vulnerabilidad, la dañabilidad, la interdependencia entre los cuerpos de las mujeres, que en nuestra cultura han sido construidos como “disponibles” para ser usados.
Si las muertes de las chicas están signadas entonces por el uselo y tirelo que gestiona también las maneras de habitar y aprovechar los recursos en el mundo neoliberal actual (donde todo o casi todo es descartable, hasta la vida), entonces el relato de “Ni una menos” sobre Chiara Paez irrumpe para disputar los sentidos de los cuerpos de mujeres que propone el relato jurídico, policial, mediático hegemónico, y también del sentido común. Ese relato otro convierte a esos cuerpos en inteligibles, en dignos, en visibles.
Salir a la calle fue una manera de construir un obituario colectivo para Chiara Paez. Habilitó a pensar en su vida pero también en aquellas vidas otras, cuerpos que de pronto y también deben ser reconocidos, protegidos, recordados, llorados. Por eso, las violencias sobre el cuerpo –desde la desaparición forzada hasta el femicidio- quiebran el lazo social, porque impiden el reconocimiento mutuo. Borrar el cuerpo, descartarlo, hacerlo desaparecer –enterrarlo, en este caso- elimina su posibilidad de lectura histórica, jurídica, material, comunitaria, simbólica: necesitamos recordar en nombre de.
Ni una menos es un trabajo para desarmar también las nociones compartidas de cómo se duela(e): porque justamente se trató de quebrar esa construcción del sentido común. Una muerte impune e imperceptible que no hubiera alcanzado a ser tapa, se convierte en una marea que además expresa el duelo de todos sus/los otros cuerpos: nombramos ahora todas las violencias que nos van tocando.
Pero además, esta subversión de los sentidos sobre la muerte de mujeres, permite preguntarnos ¿en qué condiciones la vida precaria amerita hacerse digna de protección? Si pensamos en la sanción penal, las responsabilidades por la acción de esta gestión femicida son siempre individuales: el único que fue a la cárcel fue el novio de Chiara, ni siquiera los adultxs que sostuvieron su relato. Podríamos pensar que ese cuerpo de varón adolescente también estaba en condiciones de precariedad, que era un “hijo sano del patriarcado”, que se entregó acompañado de su papá, que se contradijo en sus versiones ante el juez. Aún así, también en este punto Ni una menos pretendió despegarse del duelo individual para articular duelo colectivo. Reconocer las implicancias colectivas de las muertes es interpelar sobre su cadena de responsabilidades sistemáticas, y también sobre quienes pagan el precio de un sistema que nos involucra a todxs. ¿Cómo ignorar que hoy se sanciona con fuerza el femicidio desde el Estado, pero se desmantela la Educación Sexual Integral en las escuelas, por decir sólo un ejemplo?. El femicidio se construye como acción aislada, mientras que la educación cultural siempre se relega a un segundo plano. En el mismo sentido “No en nuestro nombre”, es el documento que presentó el movimiento en el Congreso para expresar que “el endurecimiento de la penalización y la ampliación de condenas no disuade los crímenes contra la vida. Es demagogia punitiva ante la indignación social”.
El impulso del discurso Ni Una Menos insiste así en la cadena de negligencias de una multiplicidad de sujetxs y subraya la inoperancia del Estado y sus agentes, como cómplices, buscando la posibilidad de un cambio de enfoque, no individual si no colectivo, así como colectiviza su duelo. Cómo expresó la estudiante Ofelia Fernández durante el debate por el derecho al aborto: “Tienen que hacerse cargo de que todo ese vacío fue reemplazado por autogestión: hemos decidido conquistar nuestra libertad”.
Así, en plena acción, Ni una menos escribe su un gran obituario colectivo, pide la palabra y grita: vivas nos queremos. Comenzó como una noticia policial, pasando por la organización impulsada por un grupo de periodistas, para convertirse en uno de los hechos más noticiables del feminismo argentino y contemporáneo. Y no podemos dejar de mencionar además, que este 2018 se moviliza de color verde, esperando que diputadxs empatizen y reconozcan el derecho a una vida bien vivida, una vida digna, y que por eso debe sostener la libertad de elegir de las personas gestantes.