La doma y el folclore llena las calles de la ciudad con personas locales y visitantes de todo el país. De todas las tradiciones hay una que emerge con más fuerza: la de acosar mujeres, entrometerse en sus conversaciones, opinar sobre su aspecto, mirarlas lascivamente; y lo hacen aunque sepan que no es agradable y transmita miedo. ¿Hasta cuándo esta molestia?
El desempeño de la 54° edición del festival nacional de la doma y el folclore, trae un efecto colateral para las mujeres que circulamos. Las calles jesusmarienses se llenan de hombres de todas las edades y la mayoría de ellos parece ignorar que el acoso callejero es una acción indeseada y no consentida; por ende, lo ejercen a plena luz del día o de la noche, en soledad o en grupo, alcoholizados o no.
A pesar de los avances que podemos identificar en relación a la lucha de las mujeres, el acoso callejero sigue naturalizado principalmente por parte de los varones. Pareciera que al crecer les entregaran un ticket que dice “vale por meterse en donde no lo llaman”, eso se llama privilegio y es uno de los tantos que tendrían que abandonar. El acoso callejero es una de las violencias más cotidianas que recibimos involuntariamente y se da en el espacio público, afectando nuestra sensación de seguridad y manifestando la gran desigualdad de acceso y circulación que aún existe en las calles.
Lo curioso y furioso es que quienes lo ejercen parecen no entender que no deseamos ese comentario; porque una no va por la vida diciendo “hola pelado, hola tuerto, hola patas cortas, hola panzón” pero ellos sí van diciendo “hola muñeca, hola linda, hola bombón”. Es absurdo seguir naturalizando estas faltas de respeto, principalmente porque no somos un objeto: ni una muñeca que se infla, ni un bombón que se come. Tenemos nombre y apellido, SOMOS PERSONAS.
Lo molesto no es solo recibirlo (insisto, de manera involuntaria) sino que al responder la ofensa la mayoría de ellos reaccionen negativamente y a la defensiva, sugiriendo que tendríamos que sentirnos alagadas y agradecidas.
De eso se desprende que el acoso es callejero es un cruce de las violencias sexual, simbólica y psicológica, tipificadas en el artículo 5 de la Ley Nacional 26.485 (2009) que busca prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres en los ámbitos donde desarrollen sus relaciones interpersonales.
Sexual porque el acoso contiene una connotación casi siempre sexual, en donde los cuerpos de las mujeres emergen como objeto de deseo irrefutable, instancia reforzada por la imagen que la publicidad y los medios de comunicación instalan desde hace años. Pareciera que el deseo que despertamos es inevitable, no pueden callarse.
Simbólica porque esta acción deja en claro la subordinación de un género sobre el otro, en donde unos dan y otras reciben, sin mutuo acuerdo, un maltrato que es sostenido y naturalizado por la cultura.
Y por último, violencia psicológica porque el acoso callejero nos intimida, nos da miedo, nos enoja y nos hace sentir inseguras. La mirada intimidante, la amenaza sexual y la reiteración del hecho vulnera nuestra autoestima y nuestra seguridad al circular. Eso genera una serie de mecanismos conocida por muchas: cambiar de vereda para evitar cruzarse a un grupo de varones, hacer de cuenta que no escuchamos nada, volver a casa acompañadas, gastar más en taxi para llegar rápido, avisarle a las amigas si llegamos bien.
Si el entorno es seguro, responda
Organizaciones expertas en el tema, recomiendan responder al acosador siempre y cuando el entorno sea seguro y no ponga en riesgo la salud integral de la acosada. Es seguro si el sitio es conocido por la ofendida, si ésta se siente tranquila y segura y si el acosador no se muestra dispuesto a responder con más violencia, porque no sabemos a quién tenemos del otro lado.
Mi experiencia personal al responder, demuestra que la mayoría de ellos son altamente cobardes y vulnerables. A la mirada cargada de bronca le sumé la expresión “espero ser la última chica a la que molestas”, diciendo –sin querer- mi deseo más genuino. Ellos respondieron bajando la mirada. Pero otras veces vi aumentar la ira en sus ojos y sentí mucho miedo. Por eso, se responde si y sólo si el entorno es seguro.
Calladitos se ven más bonitos
Contra la cultura del piropo -propia de la tanguera década del treinta- que sitúa a esta práctica como un alago que las mujeres necesitaríamos para sentirnos mejor, vamos a llamar a las cosas por su nombre: es acoso callejero y no lo queremos más. El acoso es ejercido por varones de todas las edades que se encuentran en soledad o en grupo, instalados en un sitio o circulando por ahí. El grupo, a veces, les da más valentía.
Incluye un amplio abanico de acciones no consentidas que van desde miradas lascivas, saludos inapropiados, intromisión en conversaciones ajenas, pedido de números telefónicos, invitaciones desubicadas; hasta la persecución y el acorralamiento callejero, la toma no consentida de fotografías, la exposición de genitales y tocamientos indebidos.
La mayoría de las mujeres identificamos el acoso callejero y aseguramos que no lo queremos más. Pero para que deje de existir necesitamos que los varones lo dejen de hacer; sólo así se desnaturalilzará esta práctica cultural que coarta la libertad de las mujeres.
*Comunicadora Social. Co-autora (junto a Catalina Arismendi Videla y Daniela Argüello) de la tesis de grado "HabiTANTAS: Campaña para caminar más seguras por la calle". Solicitar a florencia.strasorier@gmail.com .