El Marco
sábado 16 de febrero de 2019

Caso Súper Uno: el desprecio por el otro

Por Jorge Bracaccini

Se están cumpliendo 100 días de aquella tarde de noviembre en que el representante legal de la firma Súper UNO informo a los más de 60 empleades que no podían ingresar a cumplir con sus tareas porque la empresa cerraba sus puertas.  

La noche del 14 de febrero, participé de la Asamblea de los jueves junto a ex empleades y vecines. Llegué a casa angustiado de percibir la repetida imagen de bronca e impotencia de esas valerosas mujeres que mantienen la lucha por sus derechos con terquedad y firmeza. A las 3 de la mañana me despertó un inusual ataque de acidez estomacal. Me quedé en la cama tratando de encontrar alguna explicación a tamaña muestra desprecio hacia la dignidad humana. 

Dos frases, escuchadas a lo largo de este desafortunado hecho social, me impactaron sobremanera. La primera, salida de boca de uno de los hermanos D` Olivo, cuando un grupo de sus ex empleades se acercó a requerir alimentos perecederos para paliar el difícil momento: “Antes de darles algo de lo que me piden, le prendo fuego al local”, fue la respuesta. La segunda la escuche de boca de una de las empleadas con acceso al movimiento de dinero de la empresa, quien aseguró: “Con la recaudación del último fin de semana, nos arreglaban el sueldo de octubre”. Como sabemos, la familia D` Olivo se negó, desde un primer momento, a abonar tanto los sueldos como la indemnización correspondiente. 

La pregunta recurrente es, ¿Por qué así, por qué de la peor manera? En una ciudad pequeña, donde todos somos vecinos, todos nos conocemos y cruzamos cotidianamente, la lógica es, ante el infortunio de un colapso comercial, llegar a un acuerdo con quienes son los más cercanos, los más vulnerables, con los trabajadores. Pero acá no, todo lo contrario: el cierre fue sorpresivo, sin previo aviso, sin dar la cara, a través del representante legal, negando el derecho al pago de sueldos adeudados y de la indemnización establecida por ley, rechazando un pedido de alimentos que terminaron en la basura. 

¿Cómo entender tamaña insensibilidad ante personas que transitaron los mismos espacios sosteniendo una tarea comercial común, que de un día para el otro quedan sin trabajo, sin sustento, sin capacidad para solventar alquileres, deudas contraídas, educación, salud, alimentación; con niños sufriendo las consecuencias materiales y emocionales…?. Tal vez el recuerdo más doloroso sea el momento que tomé conocimiento que unos de los despedidos había sido padre en esos días. 

La palabra, la primera, con más fuerza que me sigue apareciendo al intentar encontrar respuestas es DESPRECIO. Desprecio al trabajador, al empleado, al subordinado, al que está por debajo mío. Y, de golpe, me doy cuenta que llego a una respuesta que ya conocía. Como “llegado de fuera” junto a mi familia, conocí  de entrada a ese pequeño número de familias “originarias” de la Colonia que –en buen numero y con excepciones- expresan esa especie de “derecho adquirido” de ningunear al distinto, al pobre, al recién llegado, al boliviano, al puto, al caído en desgracia, al  “i neri”. Esa “minoría intensa” caroyense desprecia al OTRO, al distinto. Es clasista y racista, es profundamente conservadora. Como dice Felipe Pigna, la Derecha argentina tiene un profundo desprecio por los trabajadores. Por eso tenemos una Derecha Gorila, y no solo por lo del anti peronismo. El gorilismo es un fenómeno socio-cultural, antes que político. Y esa minoría de familias ilustres caroyenses es gorila, y es clasista y racista, y es profundamente conservadora, como seguramente lo son los propietarios del estrellado Súper UNO. Y las alarmantes muestras de desprecio mostradas hacia sus trabajadores no hacen más que explicar los interrogantes respecto de sus formas y su tremenda muestra de insensibilidad.