Recientemente abordé el “caso Súper Uno” desde la perspectiva del hecho de injusticia a la que la patronal viene sometiendo a sus trabajadores. En esa ocasión, creí encontrar una respuesta, a tamaña muestra de insensibilidad, en el desprecio que históricamente ha profesado la derecha argentina por los trabajadores. Y no dude en situar a la familia D' Olivo como componente local de esa derecha conservadora y gorila.
En esta oportunidad, lo que me mueve es la necesidad de dar respuesta a un interrogante que interpela a la sociedad: ¿Cómo explicar la soledad y el abandono en el que han quedado sumidas las trabajadoras del Súper Uno?
Luego de un primer momento de acompañamiento, cuyos jalones lo constituyen una movilización multitudinaria con la participación de gremios y vecines y el populoso Festival realizado en Plaza Avellaneda, los apoyos se redujeron a un pequeño grupo de vecines y medios de comunicación intentando sostener la decisión de un puñado de valerosas trabajadoras.
¿Acaso no es suficiente el grado de injusticia manifiesta, como para indignar y provocar el rechazo hacia la actitud de la familia D' Olivo y la solidaridad con les trabajadores? Es impactante constatar la indiferencia y apatía de la sociedad caroyense ante el dolor y la angustia que padecen más de 50 familias que sufren las consecuencias del desprecio patronal, en el marco de una crisis socio económico que tiende a profundizarse en el tiempo.
¿Qué nos lleva a este estado de anomia? ¿Qué nos impide rebelarnos ante lo injusto del caso? ¿Qué obtura nuestra capacidad de indignación frente al dolor ajeno? ¿Qué extraña fuerza neutraliza nuestro ser compasivo y solidario hasta reducirlo a un amarrete clickeo virtual sobre un pulgar hacia arriba?
Desde hace rato se sabe que el neoliberalismo, dominante en estos tiempos, es bastante más que un compendio de políticas económicas y un discurso justificador de las mismas. El neoliberalismo es un todo que “gobierna” cada una de las esferas del sistema mundo: desde la economía, pasando por la política, lo social, llegando hasta lo personal-individual. La idea de un MERCADO autorregulado (“la mano invisible”), que posibilita la armonía y equilibrios necesarios, y la COMPETENCIA, como principio rector de ese todopoderoso dios de la posmodernidad, constituyen el corazón del neoliberalismo. Esta lógica explica desde el proceso de desregulación y liberalización de la economía y las finanzas globales, que han llevado a la humanidad a la patética realidad en que un puñado de familias acapara la mitad de las riquezas mientras dos mil millones de seres humanos pasan hambre; hasta el nacimiento de un “nuevo sujeto” asimilado a la lógica de la empresa/capital humano: el “sujeto empresarial”, individualista, competitivo, egocéntrico, consumista, narcisista, egoísta y apático.
Así, el “caso Súper Uno”, y la respuesta de la sociedad caroyense, puede ser leído como “un estado de las cosas”, un estado de situación, donde el neoliberalismo aparece triunfante ante
concepciones libertarias y emancipadoras, de raigambre humanista, que ponen en el centro al ser humano y a la solidaridad como principio que dinamiza la construcción de una sociedad verdaderamente democrática.
Cuando el Papa Francisco nos habla de “la sociedad del descarte”, está haciendo alusión a esto, a un dios-mercado que decide librarse de todos aquellos que no cumplen con el criterio de utilidad, y los eyecta descartándolos como si de basura se tratase. Pero Francisco no se limita a compartir un diagnóstico sobre la preocupante etapa que atraviesa la sociedad y el planeta, sino que hace un llamado a su feligresía –y en particular a los jóvenes- a “HACER LIO”, a rebelarse ante ese estado de cosas. Y lo hace a sabiendas que es requisito, para que esa gigantesca máquina de provocar angustia y desolación siga funcionando, que exista la indispensable sumisión, pasividad y apatía de ese “nuevo sujeto”, sumido en el sopor individualista, egocéntrico y egoísta de creer - ilusoriamente- que nunca le tocara ser el descartado que sigue…