El Marco
miércoles 22 de mayo de 2019

¿El amor es la muerte del deber? Game of thrones y nuestras sensaciones encontradas

Por Rosario Pilar Roig*

La mayoría de les fan acérrimos de Game of Thrones vieron su última emisión con sensaciones encontradas. Reconocemos algo: ¡tuvimos sensaciones!. Levante la mano quien sentado frente al televisor no experimentó la mayoría de las veces taquicardia, sudoración, ansiedad, exaltación ante el horror, la pasión, la tristeza, el engaño, la política y la épica de la serie más vista en la historia de la televisión.

Pero fueron sensaciones “encontradas”.

¿Qué se encuentra? Y sobre todo, ¿cómo? ¿Es un encuentro armónico, placentero y fluido de sensaciones? ¿O es más un choque conflictivo, intrincado y retorcido entre nuestras sagradas expectativas e ilusiones omnipotentes? ¿No es acaso esta la serie que nos descolocó con un desarrollo  de tramas que desde la sorpresiva decapitación (del que pensábamos era el protagonista) Ned Stark fue dando los volantazos necesarios para que odiemos y amemos al mismo tiempo?

La experiencia de la serie –presentada como el chaos emocional de Meñique- no define qué es el bien y el mal. Más bien lo utiliza como recurso para hacernos sentir: alivio, contradicción, silencio o shock. El sentimiento de “¿y ahora cómo sigo?”

El favorito Tyrion nos quiso convencer el pasado domingo – a nosotros y al héroe Jon Snow- de que “el amor es la muerte del deber”. ¿Nos habalaba a nosotros, a nuestra emocionalidad y nuestra subjetividad (política) puesta en juego?

Tyrion recapitula las instancias que hicieron que el rumbo de Daenerys de un giro poco tolerado -y no entraremos en detalles, pero podríamos-. No lo esperábamos pero ahí estaban las señales. Con el poder que sus palabras le confieren, el último capítulo tuvo gracias a esta escena una implicancia profundamente terapéutica. El velo se fue descorriendo, lentamente para Jon y como si estuviésemos respirando las mismas cenizas, para nosotros. De esta manera, el final y último giro no pudo menos que asestarle otro golpe al pacto de decidimos firmar como televidentes, sin llegar a romperlo nunca.

 

"Ella cree que su destino es construir un mundo mejor para todos. Ella cree eso. Y si realmente crees eso, ¿matarías a quien se interponga
entre tú y el paraíso?”

 

El autor de los famosos libros que dan vida a la serie, George R. R. Martin, ha dicho que el verdadero personaje principal de la historia es la tierra de Poniente, y que quienes la habitan son tan sólo sus voceros, sus puntos de acceso. Pues bien, mis reconocimientos a los guionistas David Weiss y David Benioff que, más allá del notable licúe de guion técnico en esta temporada, nos han hecho creer voceros habiendo jugado con nuestra complicidad a un nivel de participation mystique que difícilmente volvamos a ver en el universo de la televisión.

Han logrado narrar e interpretar –a través de actores sublimes – a personajes que elevan la categoría de lo humano a un nivel de realismo psicológico que, a simple vista, pareciera ser incompatible con una épica fantástica que habla de zombies de hielo contra dragones. Un encuentro y un arribo de fuerzas que trae consigo una temática esencialmente humana y que nuestro caballero de la mente Samwell Tarly, se encarga de resaltar en la lucha por la superviviencia de los vivos contra los muertos: la memoria.

"Eso es la muerte, ¿no es así? Olvidar. Ser olvidado. Si olvidamos donde hemos estado y qué hemos hecho, ya no somos hombres, solo animales."

La memoria colectiva se constituye junto con el vidriagón en el arma más poderosa para el pueblo de Poniente ante la perspectiva de enfrentarse con la muerte... De forma rica y como todo buen relato, la memoria que aborda Game of Thrones evoca lo ancestral, lo simbólico, lo natural, y de nuevo lo psicológico. Porque resulta que los Caminantes Blancos son ancestros, se propagan con el olvido, acrecientan su poder y se revuelcan en lo no-dicho, lo no-contado, lo sepultado.

Cabe preguntarnos si reviste alguna importancia que nos ocupemos hablando de un fenómeno ya considerado de la cultura mainstream, financiado en quien sabe cuántos miles de millones de dólares y cuyos spin-off van a seguir recaudando otros más. Pues bien, mejor hablar del legado simbólico que Game of Thrones nos dejó, porque seguramente quien disfruta y se complace con los relatos fantásticos como éste, se ha topado innumerables veces con opiniones por entero válidas del tipo “no es la vida real, es ficción”. 

Pero lo “fantástico” viene del latín phantasticus, que a su vez proviene del griego: hacer visible.

Considerando su raíz etimológica, la fantasía se encuentra emparentada con el phantasma, aquello que aparece ante la visión de un sujeto. Jacqueline Rose, crítica literaria y feminista, caracteriza al género fantástico como la literatura del deseo. Para Tolkien (El señor de los Anillos), la fantasía es una sub-creación de la verdad: no una mentira, sino un encantamiento de la realidad. Es decir que la transformación activa de la relación entre lo imaginario y lo simbólico, implica un socavamiento de lo real, no para ponerlo entre paréntesis y excusarse de la realidad, sino para deconstruirla revelando lo no hablado y no dicho.

De manera que el potencial de los relatos fantásticos como Canción de Hielo y Fuego (o Game of Thrones) a los efectos de imaginar mundos mejores es enorme. El analista y psiquiatra suizo Carl Jung, en El Desarrollo de la Personalidad (1954) promueve el desarrollo de la fantasía en tanto función psíquica humana, ya que la define como la emancipación del pensamiento.

La ficción de la serie constituye un horizonte de lo posible, por lo que desempeña una función esencial para el pensamiento utópico.

"No quiero ser una dama, ésa no soy yo"

Basta con tomar como ejemplo el recorrido de personajes como Daenerys Targaryen, quien demuestra su enorme caudal de poder mágico y carismático luego de ser históricamente sometida por su hermano no-dragón; Tyrion Lannister, condenado y desoído, un monstruo enano en un mundo hostil pero cuya sabiduría y gusto por “bastards and broken things” lo mantienen en pie; Sansa Stark, de princesa inocente a regente amada y temida; Arya, la niña que remó contra un mundo patriarcal en búsqueda de sus sueños de heroína. Cersei Lannister, que a pesar de encarnar el antagónico, intenta crear sus espacios de libertad entre el destino que le impone su padre y la humillación constante de su marido.

Pareciera ser, finalmente, que la realidad de Poniente, su olvido y su lucha, su locura y su cordura, son espejo y re-creación de nuestra propia realidad política, social y cultural, aun con todos sus lenguajes, mitologías y leyendas. Si no, miremos nada más el final que paradójicamente nos despide con un mito fundante: ¿Qué es Azor Ahai sino un Cristo redentor que purga los pecados de los hombres sacrificando su vida y su amor? Aegon Targaryen, ese príncipe bastardo sin nombre transformado en Lord Comandante, Rey en el Norte y legítimo Rey de los Siete Reinos, marchando como el escudo que protege el reino de los hombres; el héroe de guerra Eneas de Troya, el Caballero de la Noche que como el Batman de Cristopher Nolan se convierte con una puñalada, en el villano que el mundo necesita, exiliado y en compañía de su gente: los nadies.

 

 

 

*Estudiante avanzada de psicología, ayudante de la cátedra de psicología junguiana aplicada al analisis sociopolitico y actualmente de psicología social. Fan del manga y los relatos fantásticos.